Salmo 1:1-3 NBLA

1 “¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos,

Ni se detiene en el camino de los pecadores,

Ni se sienta en la silla de los escarnecedores,

2 Sino que en la ley del SEÑOR está su deleite,

Y en Su ley medita de día y de noche!

3 Será como árbol plantado junto a corrientes de agua,

Que da su fruto a su tiempo

Y su hoja no se marchita;

En todo lo que hace, prospera.

Nueva Biblia de las Américas (La Habra: The Lockman Foundation, 2005), Sal 1:1–3.

Todo ser humano podría atestiguar, con toda honestidad, que no le agradan las leyes o que le indiquen cual es la manera correcta de vivir. La palabra “todos” tal vez pueda ser mal utilizada aquí, pues denota un absoluto, pero la realidad es que desde la caída de Adán en el huerto, el hombre ha detestado que le impongan leyes que le sirvan de guía para una manera de vivir correcta. Debemos recordar que el fruto del cual comieron Adan y Eva fue “el árbol del conocimiento del bien y del mal.” (Génesis 2:9) Desde este momento el hombre piensa que todo lo sabe, que todo lo puede y que no necesita de nadie que le dirija porque el puede forjar su propio destino de acuerdo a su conocimiento. Esto no era el deso de Dios, más bien, estos eran los deseos de Satanás, ser como Dios, y estos deseos los pasó al hombre, quien desde entonces piensa que el es su propio dios. Entonces, cabe una pregunta muy importante:

¿Cual es la importancia de la ley de Dios, o de que me sirve si ahora vivimos bajo la Gracia?

Esta respuesta de Coalición por el Evangelio lo resume a la perfección:

“Que conozcamos la santidad de la naturaleza y la voluntad de Dios, así como la naturaleza pecaminosa y la desobediencia de nuestros corazones; y, por tanto, nuestra necesidad de un Sal­vador. La ley nos enseña y nos exhorta a vivir una vida digna de nuestro Salvador.”

El Apóstol Pablo en la carta a los Romanos nos expresa la importancia de la ley ahora que estamos bajo el pacto de la Gracia: Romanos 3:20: “Por tanto, nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos conciencia del pecado” (NVI). 

La ley de Dios nos ayuda a conocer a Dios, a conocernos a nosotros mismos, a conocer nuestra necesidad, nuestras debilidades y a conocer la vida de paz y bendición. Nos ayuda a conocer nuestra necesidad de un Salvador y nuestra necesidad de redención de nosotros mismos; es decir, de nuestra conducta pecaminosa. Nos ayuda a conocer a Dios porque nos revela específicamente Su carácter y Sus atributos, Su santa voluntad, en fin, como El es. 

Pablo nos dice en Romanos 1 que todos conocen el bien y el mal, sin excepción de personas… es decir TODA LA HUMANIDAD!!! Aquí tenemos de nuevo esta palabra absoluta. Pero la ley de Dios nos revela muy específicamente el carácter de Dios y Sus cualidades morales (la imagen de Dios, Su esencia). La moralidad no es arbitraria. Dios no nos dice que hagamos cosas arbitrariamente. Dios no nos exige que hagamos cosas que Él mismo no está preparado para hacer. Así que toda morali­dad tiene su raíz en el carácter de Dios. Y cuando estudiamos la ley, vemos un despliegue del carácter de Dios. 

La ley de Dios también nos revela lo que hay en nuestro interior, especialmente nuestra naturaleza pecaminosa y nuestra desobediencia, nuestra inclinación hacia el pecado y hacia el mal. Por ejemplo, cuando Jesús le hablaba al joven rico, le dijo: “Vende lo que tienes y dáselo a los pobres” (Mt 19:21). Y el joven rico básicamente le dice a Jesús: “No puedo”. Y se aleja con tristeza. ¿Qué sucedió en esa historia? ¿Está Jesús dicien­do que todos tenemos que regalar todas nuestras posesiones? No. Pero en el caso del joven rico, Jesús le está revelando, por medio de la ley de Dios, la naturaleza específica de su pecado. ¿Cuál es el primer mandamiento? No tener otros dioses aparte de Él. Y aquí, Dios encarnado le está diciendo al joven rico: “¿Qué eliges? ¿Tu dinero, tus posesiones o a Mí, Dios?”. Y el joven rico eligió sus posesiones antes que a Dios. 

La ley nos empuja hacia el Salvador. Nos apunta hacia el Salvador. Nos lleva hacia el Salvador.

La ley también nos ayuda a entender nuestra necesidad. Cuando sabemos quién es Dios y sabemos que no cumplimos con el estándar de Su moralidad y carácter, cuando sabemos quiénes somos y conocemos las inclinaciones pecaminosas de nuestros corazones, esto nos empuja hacia Jesús porque sabemos que necesitamos a un Salvador. Y el Salvador ha cumplido la ley a la perfección. Él la obedeció perfectamente y pagó el precio que nosotros debíamos. La ley nos empuja hacia el Salvador. Nos apunta hacia el Salvador. Nos lleva hacia el Salvador. 

Por supuesto, la ley también nos muestra la vida de paz y bendición. Cuando pensamos en obediencia, muchos inmediatamente pensamos: “¿Tengo que hacerlo? ¿Tengo que hacer buenas obras? ¿Tengo que obedecer?”. Esa no fue la actitud de Jesús hacia los mandamientos de Dios y hacia Su voluntad. De hecho, Él decía a Sus discípulos con frecuencia: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y termi­nar Su obra” (Jn 4:34). En otras palabras, dijo que ser capaz de obedecer la ley de Dios, la voluntad de Dios, era como disfrutar de un gran banquete. Y una vez que somos redi­midos, una vez que hemos confiado solamente en Jesucristo para la salvación que Él ha ofrecido en el evangelio, la ley no solo es algo que nos señala a Cristo, sino también algo que nos muestra cómo vivir la vida de paz y bendición. 

Cuando Dios dió Sus mandamientos a Adán y a Eva en el jardín, los dió como una bendición para ellos. No eran para privarlos de Su amor. Él los amó y bendijo en el jardín. Y su obediencia a los mandamientos era esa esfera dentro de la cual ellos disfrutaban esa bendición. Y cuando somos salvados por Cristo, cuando somos unidos a Cristo, somos capaces de caminar de una forma digna del Evangelio. Debemos vivir de tal manera que seamos semejantes al Señor Jesucristo. Él se deleitaba en obedecer a Dios. La ley de Dios nos muestra cómo vivir una vida de paz y bendición. Nos enseña cómo vivir una vida digna del evangelio una vez que hemos confiado en Jesucristo.

La Ley de Dios es mi Deleite, así que en ella meditaré día y noche, para andar como es digno de un hijo de Dios. Entonces y solo entonces podré decir que soy un hijo BIENAVENTURADO del Señor!!!

Citas y Créditos a: Coalición por el Evangelio, Ligon Duncan

En la Presencia del Señor

Coram deo, el devocional

Next
Next

Jesús Venció la Muerte, El Vive